7. El centenario de Góngora

 

 

Este grupo que se iba formando así de manera espontánea, por parejas, y por coincidir en revistas, muy especialmente en las revistas de poesía, y luego ya como en la de mayor autoridad y más completa, en la Revista de Occidente, tuvo una ocasión de cohesionarse más con motivo del centenario de Góngora. El verdadero organizador del centenario fui yo, porque a mí Góngora me entusiasmaba por las dos vertientes: por la vertiente de poeta y por la vertiente de historia literaria y de catedrático. Yo me pasaba los veranos leyendo en la Biblioteca Menéndez Pelayo, no solamente las obras de Góngora y los comentarios a sus obras que tenía allí don Marcelino, sino también las obras de los otros autores de la época, de todo el periodo barroco, de los discípulos de Góngora. Pensaba que realmente había sido muy injusto don Marcelino y que había que aprovechar la ocasión del centenario para hacerle un homenaje.

Hablé de esto con los amigos y todos estaban conformes. Formamos una especie de comisión en el año 1926, nombramos a Alberti secretario para que él se encargase de escribir las cartas y recavar las adhesiones o las colaboraciones de los que nos interesaban que tomasen parte en el homenaje. Contamos, además, desde el primer momento, con el entusiasmo de Dámaso Alonso, que aunque ya le admirábamos todos como gran humanista y formidable conocedor de la literatura, se reveló en aquella ocasión, además, como un crítico y un verdadero radiógrafo de la obra de Góngora, poniéndola a la luz del día y demostrando, como dos y dos son cuatro, que era perfectamente comprensible y poniendo todos sus valores al descubierto. Luego, por otra parte, José María de Cossío, que representaba el polo más consolador y en cierto sentido el más adicto a Menéndez Pelayo, reconocía que, en efecto, en aquello tampoco tenía razón don Marcelino y estaba también a nuestra disposición como colaborador en el homenaje.

El tiempo iba pasando, y las adhesiones, y sobre todo los trabajos que habíamos distribuido entre todos, sobre todo la edición de las obras de Góngora que era lo más importante, no acababan de cuajar, entonces yo le escribí una epístola a Rafael Alberti, en tercetos, que se ha publicado en un libro mío, en la que pasaba revista a todos los que tenía que invitar Alberti y en la que le apremiaba para que les recordarse que tenían que entregar sus trabajos. Lo mismo hice con Guillén, con otra epístola o carta más breve que se publicó en la Gaceta Literaria de Giménez Caballero. El plan lo hicimos de común acuerdo Salinas, Guillén, Dámaso, José María de Cossío y yo. A todo esto, Marichalar se ofreció para hablar con Ortega y proponer que las ediciones las hiciera la Revista de Occidente. Vino diciéndonos que estaban conformes, que harían los siete volúmenes con sus correspondientes estudios y anotaciones. Esta era la parte más importante y más seria del homenaje, hacer toda la poesía de Góngora limpia, ordenada, a ser posible fechada, aunque no fuese en ediciones críticas, pero ediciones mejores que las antiguas, con unos sencillos prólogos. Yo me reservé el séptimo tomo que era el homenaje a Góngora de la poesía española, desde sus contemporáneos hasta Rubén Darío. Dámaso hizo el libro de las Soledades, con su magnífico estudio, yo hice el mío, Cossío hizo los Romances. Estos fueron los tres tomos que salieron. Luego Salinas y Guillén, que eran buenísimos amigos y que trabajaban con gran primor, pero que por eso mismo estaban llenos de escrúpulos, no acababan de encontrar el momento de darse por satisfechos de su ordenación y del texto.

Alfonso Reyes, que andaba con sus embajadas mexicanas estaba fuera de España entonces, yo le saludé poco después de embajador en Buenos Aires, tenía que hacer las Letrillas. Y unos por otros, esperando a que los demás entregasen su trabajo y esperando a que acabasen de dar la última mano, lo cierto es que ninguno de ellos lo entregaron a tiempo y hubo que prescindir de estos tomos. Yo tengo en casa, porque yo se lo pedí como recuerdo, el original de Salinas, que era de sonetos y el original de Alfonso Reyes que era de letrillas, ya copiadas, en limpio, fechadas y todo, estaba perfectamente aquello, quizá se hubiera podido corregir alguna cosa o modificar alguna fecha, pero realmente era impecable el trabajo.

Aparte de esto, pensamos en tomarlo un poco en broma y hacer algunos gestos de rebeldía juvenil y entonces nos reunimos varias veces y a mí se me ocurrió fundar la revista Carmen, con un suplemento en broma, Lola: amiga y suplemento de Carmen, y en los dos primeros números, esto ocurría a fines del año 1927, pues conté ahí de manera en el fondo verídica, pero también un poco imaginaria y dando una importancia aparente a cosas que habían sido simples símbolos, por ejemplo, lo de quemar obras, que no hubo tal quema, sino simplemente un papel de fumar con una cerilla, como si estuviésemos quemando una lista de obras de los enemigos de Góngora.

Juan Gris era uno de los invitados a colaborar como artista. Invitamos a Picasso, a Juan Gris, a Manuel Ángeles Ortiz, y no recuerdo a quienes más, de esto se ocupaban especialmente Federico y Alberti; y yo personalmente de Juan Gris, porque me había hecho amigo de él en mis viajes a París. Esto era para el número de Litoral. Por cierto que el original, no era un óleo pero era un dibujo en color magnífico, se quedó con él Moreno Villa, por ser el más pintor de todos, cosa que yo sentí muchísimo porque hoy tendría un valor para mí enorme, y el pobre Juan Gris murió aquel mismo año, al poco tiempo de entregar su colaboración.

También conseguimos la colaboración de Falla. Yo escribí a Falla y le dije: «Mire usted, don Manuel, tenemos una gran ilusión en que usted de alguna manera, como a usted le sea más cómodo o le parezca más oportuno, colabore en el homenaje a Góngora, con alguna canción armonizada, el ideal sería que pusiera música a alguna poesía de Góngora». Entonces intervino también Federico que estaba allí al lado en Granada. Falla, al principio, no pareció que le interesase Góngora o no sabía qué poesía elegir, y Federico le debió de señalar el «Soneto a Córdoba», se lo dedicó a Góngora y en nombre de Góngora a la poesía española que había organizado el homenaje.

Yo que tengo mala memoria, tendría que repasar ahora la croniquilla mía de Lola en la cual cuento todo esto. Desde luego, sé que Unamuno no quiso colaborar, no recuerdo ahora en que formas y si le contestó a Alberti o no, porque Alberti como secretario era el que tenía que escribir las cartas. Otros sí quisieron y dijeron que sí, pero fue pasando el tiempo y no entregaron su colaboración, por ejemplo, el mismo Gabriel Miró, testigo de mayor excepción, puesto que él mismo había organizado el año del centenario todos los Concursos Nacionales en homenaje a Góngora, lo mismo el de música, que el de grabado, que el de poesía, que el de literatura. Juan Ramón no contestó. Antonio Machado contestó, pero de manera cortés y no nos envió nada tampoco. Valle-Inclán contestó de manera un poco valleinclanesca, entonces fue cuando se nos ocurrió la broma de dedicarle unos versos. Yo hice una décima de Luis de Góngora al Marqués de Bradomín, que no recuerdo más que los cuatro primeros versos, pero no la recuerdo entera. Era una broma bastante insolente que terminaba con una alusión a un insecticida, que entonces era muy popular, el Zotal, como acusándole, cosa que no había motivo ninguno, del desaseo en su barba y en su cabellera. Al poco tiempo de esto, íbamos Rafael Alberti y yo por la calle de Alcalá, por la acera de la Granja El Henar, era un día de invierno, y vimos venir a don Ramón con su gran barba al viento y pasó a nuestro la¬do muy digno, sin mirarnos y sin decirnos nada, porque esta poesía, esta broma de mandarle esta décima, se la entregaron en su casa a la persona que abrió la puerta.

Más graves fueron las bromas que gastamos a un archivero bibliotecario, García Soriano, que había sostenido que Góngora era un plagiario y a quien se le tachó de ignorante y se le dijo unas cuantas cosas. Y sobre todo, a Astrana Marín que había escrito un artículo injurioso dándonos de afeminados y acusando también del mismo vicio al propio Góngora y a otros maestros gongorinos del siglo de oro. Entonces la broma contra Astrana Marín fue verdaderamente cruel y la dedicatoria más cruel todavía, y esto le hizo montar mucho más en cólera. Después, yo traté a Luis Astrana Marín y me pareció un hombre buenísimo, un hombre de una ab¬soluta cortesía y naturalidad, sin ningún amor propio especial, a mí me distinguía con su amistad en esos últimos años en que nos vimos varias veces, y siempre me cabía el remordimiento de aquella broma que fue un poquitín pesada. Él se las gastaba para responder con todo desparpajo. Recuerdo una cosa muy graciosa que fue que Antonio Espina, que era uno de los nuestros, había escrito un artículo respondiendo al ataque de él que se había publicado en El imparcial contra los gongoristas, llamándole Astracana, el señor Astracana, y entonces, Astrana Marín, con muchísima gracia, le llamó Espinaca, metiendo la misma sílaba «ca» que había metido Espina en su apellido.